sábado, 8 de febrero de 2014

Oraciones impersonales

Aquella noche llovía a cantaros. Habíamos salido a pesar de la lluvia. Estabamos los cinco empapados pero nos daba igual, algo nos había impulsado a salir. Aquel impulso nos llevó hasta el pequeño bosque que había a las afueras de la ciudad. Ninguno sabía lo que estaba pasando y caminábamos todos muy juntos en un desesperado intento de mitigar el terror que nos consumía.
De repente, el cielo se iluminó, y, acto seguido oímos un terrible estruendo. Con la fuerza que nos quedaba corrimos hacia el lugar de la explosión, del que salía una pequeña columna de humo que pronto fue borrada por la lluvia. Todos reconocimos rápidamente el lugar. Allí fue donde, años atrás, Marcos fue asesinado. En las noticias apareció como un accidente, dijeron que Marcos había caído mientras practicaba rappel en la presa que teníamos al lado, pero nosotros sabíamos la verdad, Marcos fue asesinado por sus padres. Ellos nunca quisieron un hijo y culpaban a Marcos de haber arruinado su vida. Por culpa del maltrato que sufría en casa, no era un chico muy sociable, de hecho, no tenía más amigos aparte de nosotros. Siempre nos decía que odiaba la ciudad, que le traía terribles recuerdos y que se iría tan pronto como pudiera.
Todos nos mirábamos confusos, tratando de comprender lo que había pasado. Justo cuando nos marchabamos, una misteriosa fuerza nos empujó contra el suelo, y otro rayo cayó, pero esta vez sobre la presa. Nos quedamos inmóviles, observando perplejos cómo se sucedían los rayos, todos caían en la presa.
Amanecía cuando cayeron los últimos rayos y pudimos levantarnos de nuevo. Al hacerlo casi se nos corta la respiración. La figura que habían formado las quemaduras producidas por la caída de los rayos era el rostro de nuestro amigo sonriéndonos desde la presa. Por fin era feliz.

Hace mucho que esto sucedió. Pero cada noche de tormenta nos acercamos los cinco a la presa, y volvemos a ser seis.


                                                  Imagen de Wikimedia Commons

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